Este monólogo de Enrique Santos Discépolo (Discepolín), es del año
1951. Cualquier semejanza con las protestas de aquellos que, en la actualidad,
se rasgan las vestiduras pidiendo “libertad” (sin haber sentido nunca su
carencia, porque en épocas de dictadura “miraban para otro lado” no es
futurología, en absoluto. Sucede que quienes no hicimos los deberes, y no
leímos el Prefacio a las Lecciones sobre la Filosofía del Derecho
de Hegel, fuimos nosotros, y por eso no perdimos nuestra capacidad de asombro
frente a tamaños caraduras. Dice el penúltimo párrafo:
Pero, a fuerza de no aburrirlos con mi perorata, los dejo en la mejor
compañía de Discepolín.
Resulta que antes no te
importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de
náufrago a financista sin bajarte del bote. Vos, sí, vos, que ya estabas
acostumbrado a saber que tu patria era la factoría de alguien y te encontraste
con que te hacían el regalo de una patria nueva, y entonces, en vez de dar las
gracias por el sobretodo de vicuña, dijiste que había una pelusa en la manga y
que vos no lo querías derecho sino cruzado.
¡Pero con el sobretodo te
quedaste! Entonces, ¿qué me vas a contar a mí? ¿A quién le llevás la contra?
Antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Y protestas. ¿Y por qué
protestás? ¡Ah, no hay té de Ceilán!
Eso es tremendo. Mirá qué
problema. Leche hay, leche sobra; tus hijos, que alguna vez miraban la nata por
turno, ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta.¡Pero no hay té de
Ceilán! Y, según vos, no se puede vivir sin té de Ceilán. Te pasaste la vida
tomando mate cocido, pero ahora me planteás un problema de Estado porque no hay
té de Ceilán.
Claro, ahora la flota es
tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los ferrocarriles son tuyos, ahora
el gas es tuyo, pero…, ¡no hay té de Ceilán! Para entrar en un movimiento de
recuperación como este al que estamos asistiendo, han tenido que cambiar de
sitio muchas cosas y muchas ideas; algunas, monumentales; otras, llenas de amor
o de ingenio; ¡todas asombrosas! El país empezó a caminar de otra manera, sin
que lo metieran en el andador o lo llevasen atado de una cuerda; el país se
estructuró durante la marcha misma; ¡el país remueve sus cimientos y rehace su
historia!
Antes no había nada de
nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez, y vos no decías ni
medio; vos no protestabas nunca, vos te conformabas con una vida de araña.
Ahora ganás bien; ahora están protegidos vos y tus hijos y tus padres. Sí; pero
tenés razón: ¡no hay queso! Hay miles de escuelas nuevas, hogares de tránsito,
millones y millones para comprar la sonrisa de los pobres; sí, pero, claro, ¡no
hay queso! Tenés el aeropuerto, pero no tenés queso.
Sería un problema para
que se preocupase la vaca y no vos, pero te preocupás vos. Mirá, la tuya es la
preocupación del resentido que no puede perdonarle la patriada a los
salvadores.
Para alcanzar lo que se
está alcanzando hubo que resistir y que vencer las más crueles penitencias del
extranjero y los más ingratos sabotajes a este momento de lucha y de felicidad.
Porque vos estás ganando una guerra.
Cuando las colas se
formaban no para tomar un ómnibus o comprar un pollo o depositar en la caja de
ahorro, como ahora, sino para pedir angustiosamente un pedazo de carne en
aquella vergonzante olla popular, o un empleo en una agencia de colocaciones
que nunca lo daba, entonces vos veías pasar el desfile de los desesperados y no
se te movía un pelo, no. Es ahora cuando te parás a mirar el desfile de tus
hermanos que se ríen, que están contentos… pero eso no te alegra porque,
para que ellos alcanzaran esa felicidad, ¡ha sido necesario que escasease el
queso!
No importa que tu patria
haya tenido problemas de gigantes, y que esos problemas los hayan resuelto
personas. Vos seguís con el problema chiquito, vos seguís buscándole la
hipotenusa al teorema de la cucaracha, ¡vos, el mismo que está preocupado
porque no puede tomar té de Ceilán! Y durante toda tu vida tomaste mate!
¿Y a quién se la querés contar? ¿A mí, que tengo
esta memoria de elefante?Enrique Santos Discépolo, 1951.
[1] [la
lechuza de Minerva recién alza su vuelo hacia el crepúsculo], Georg Wilhelm Friedrich HEGEL, Principios de la Filosofía del Derecho o
Derecho Natural y Ciencia Política, Prefacio, párrafo penúltimo; vid. Hannah Arendt, La promesa de la política, Barcelona,
Paidós, 2008, p. 43.
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